“La policía no se va a sacar la vida de mi hija”, enfatizó Rocío Aguilar.
Rocío Aguilar, oficial de policía, cerró un capítulo de su vida que nunca imaginó tener que escribir: entregar su arma y su chaleco y renunciar a la fuerza que amó durante años. El motivo no fue un conflicto laboral ni una falta de vocación, sino algo mucho más profundo: su hija adolescente, víctima de bullying escolar, intentó quitarse la vida.
La historia comenzó en Reconquista, donde vive su hija. La adolescente sufrió durante meses comentarios y burlas constantes por su físico, lo que deterioró su autoestima y su salud mental. “Tantos comentarios le costaron su amor propio, todo lo que hicieron la marcó para siempre. No es cosa de chicos, es responsabilidad de todos: padres, escuela y sociedad”, expresó Rocío, con la voz cargada de angustia.
Rocío prestaba servicio en Rosario, a más de 500 kilómetros de su hogar. Intentó por todos los medios conseguir un traslado que le permitiera acompañar a su hija durante su recuperación. “Busqué de todas las formas lograr ese pase y no lo logré. Trabajo con turnos de 12x36, con pasajes que superan los 70 mil pesos y un sueldo de 900 mil. Dejé a mi hija expuesta a todo esto”, relató.
Tras varios episodios de angustia, ataques de pánico y lesiones físicas que evidenciaban el impacto del acoso, Rocío decidió tomar la decisión más difícil: renunciar a su cargo y priorizar la vida y bienestar de su hija. “La policía no me va a devolver todo lo que ellos sufrieron día a día. Aguanté hasta donde el corazón me dejó. Mi hija me necesita a su lado y con eso no se juega”, escribió en un mensaje desgarrador.
Según relató, la escuela estaba al tanto de los problemas que atravesaba su hija, pero no tomó medidas suficientes para protegerla. Los jefes de Rocío, por su parte, le exigían certificados médicos y seguían procedimientos burocráticos sin brindar contención emocional. “No hay empatía en la escuela, ni en los padres de los niños que maltratan, ni en mis jefes. Solo pedían números y después decían que no estaba sola”, señaló.
En un acto de valentía y amor incondicional, Rocío se presentó a su última guardia en Rosario sabiendo que no volvería. “Hoy es mi último día como policía. Amo serlo y este día lo voy a disfrutar al 100, pero mis hijos me necesitan más, y mi hija me necesita a su lado. Sentía que tenía más para dar, pero la salud de Areli está en medio de todo y con eso no se juega”, escribió.
La oficial también reconoció la lucha interna entre su vocación y su maternidad. “Perdón a mis padres si sentían orgullo por lo que era, pero estoy segura de que se van a sentir aún más orgullosos de lo que hago como mamá. Gracias a las personas que día a día me apoyaron, pero ya no puedo más. Aguanté hasta donde el corazón me dejó”, concluyó.
Rocío decidió entregar oficialmente su arma y chaleco, cumpliendo con el protocolo policial que se activó tras informar a sus superiores. Debió someterse a evaluaciones psicológicas, un procedimiento que ella misma describió como parte del desgaste que sufrió. Sin embargo, para ella, la decisión estaba clara: no podía seguir sacrificando la salud y la vida de su hija por un sistema que no comprendía su urgencia.
Su historia es un llamado de atención para toda la sociedad: el bullying no es un juego y sus consecuencias pueden ser devastadoras. Además, pone en evidencia la necesidad de empatía y acompañamiento real por parte de las instituciones, ya sean escolares o policiales.
En sus palabras finales, Rocío dejó un mensaje que resume su dolor y su fuerza:
> “Si al otro le duele, no es divertido. Cuiden la salud mental, porque si la cabeza no funciona, nada funciona. Hoy lo más que amo en la vida estaba sufriendo y yo no lo sabía. Gracias a Dios que no la dejó sola. Mi hija me necesita, y yo voy a estar para ella siempre”.
Esta crónica refleja la lucha de una madre que decidió poner la vida de su hija por encima de todo, y que nos recuerda que el amor, la atención y la presencia de un adulto pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
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